miércoles, 8 de mayo de 2013

EL ASEDIO AL SANTUARIO DE LA VIRGEN DE LA CABEZA Y LA DESAPARICIÓN DE SU IMAGEN: PARTE SEGUNDA

EL FRACASO DEL ALZAMIENTO EN LA PROVINCIA DE JAÉN

En vísperas de la guerra civil, la población de la provincia de Jaén era eminentemente agrícola. La estructura de la propiedad hacía de ella uno de los ejemplos más destacados de la secular crisis del campo español. La opulencia de los ricos hacendados contrastaba con la miseria y hambre de los jornaleros que sólo podían disfrutar del trabajo temporal que daba el campo y del que apenas podían sobrevivir.

El descontento de la clase obrera se reflejaba en la nutrida afiliación sindical, lo que se traslucía en una abultada militancia de los partidos de izquierda. Ésta acogió de buen grado la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero del 36 al pensar que había llegado el momento de la esperada revolución que pusiera fin a la república democrática. De este modo, el clima social se fue radicalizando a lo largo y ancho de la provincia durante la primavera del 36: Alcaudete, Mancha Real, Huesa, Arjonilla, entre otras muchas poblaciones, vieron cómo aumentaban los asaltos a los cortijos, la quema de cosechas y los asesinatos de hacendados y católicos. Esta violencia fue creciendo conforme avanza el año, llegando a su punto más álgido en la primera quincena del mes de julio.

Por otra parte, la guarnición militar con la que contaba la provincia se basaba esencialmente en la Guardia Civil y el Cuerpo de Seguridad y Asalto, ya que los demás efectivos eran prácticamente testimoniales. La Guardia de Asalto, presente en la capital de la provincia desde el 3 de enero de 1933, estaba constituida por una Compañía formada por 80 hombres bajo el mando del capitán José García Sánchez y que habían sido dirigidos hasta meses antes de la contienda por el capitán de laGuardia Civil Rodríguez de Cueto, siendo en su mayoría partidarios de secundar la revuelta militar. Por su parte, la Comandancia de la Guardia Civil de Jaén, perteneciente al 18 Tercio de Córdoba, la componían 650 hombres distribuidos por los 98 puesto con los que contaba la provincia y que estaban agrupados en seis compañías (Jaén, Linares, Úbeda, Andújar, Martos y Villacarrillo). Al mando de la Comandancia jiennense se encontraba el teniente coronel Pablo Iglesias Martínez, auxiliado por los comandantes Eduardo Nofuentes e Ismael Navarro. Estos jefes tenían en Jaén un destino reciente, pues buena parte de los mandos militares habían sido trasladados tras las elecciones de febrero de 1936 por lo que desconocían la sensibilidad y pensamientos de los hombres que estaban bajo sus órdenes.

La indecisión de los jefes que dirigían la Comandancia frenó el deseo de la mayor parte de los oficiales y tropa de añadir la provincia a las fuerzas sublevadas. El contacto que los militares rebeldes tenían en Jaén era el capitán de Infantería Eduardo Gallo, adscrito a la Caja de Reclutamiento y que había comprometido en los días previos al alzamiento cerca de medio millar de efectivos civiles. Éste contaba con la declaración del Estado de Guerra por parte de la Guardia Civil y la entrega de armas a los paisanos hacia las tres de la tarde del día 18. Pero los titubeos de los mandos de la Benemérita hicieron retrasar la decisión. La última reunión, mantenida en la Comandancia en las últimas horas de ese mismo día, terminó con la clara oposición a la sublevación del teniente coronel Revuelta, gobernador militar de la provincia, y la pasividad del también teniente coronel Iglesias. Entretanto, los civiles reclutados esperaban, formando pequeños y disimulados grupos, el cohete que serviría de contraseña para unirse al alzamiento militar6. En lugar de éste, recibieron la orden de volver a sus casas ante la falta de acuerdo. La sublevación en Jaén había fracasado.

Ante la presión de los gobernantes, el teniente coronel Iglesias dio orden de entregar las armas de los cuarteles a la muchedumbre, siendo desobedecida por algunos puestos por lo que el diputado socialista Alejandro Peris no dudó en animar a la población a que asaltara los cuartelillos que se negaran a la entrega. Esta acción provocó enfrentamientos en diferentes puntos de la provincia entre la población y la Guardia Civil. Con el fin de evitarlos, se ordenó la concentración de los guardias de Jaén, Martos y Villacarrillo, en la capital. El repliegue de las fuerzas ya se había realizado, por orden de sus respectivos mandos, en las Compañías de Andújar, dirigida por el capitán Antonio Reparaz, de Úbeda y Linares. De este modo, aunque se evitaron posibles enfrentamientos con la radicalizada población, esta concentración de fuerzas del orden dejó a numerosos pueblos de la provincia y sus habitantes a la merced de grupos incontrolados, produciéndose en ellos un auténtico exterminio de los adversarios políticos al verse libres del control de los que tenían la obligación de velar por el orden público.

Pero la concentración de guardias en determinadas ciudades de la provincia fue vista con temor por las autoridades del Frente Popular dado que podrían servir de catalizador de los que aún confiaban en una sublevación por parte de la Benemérita. Con el paso por la provincia de la columna del general Miaja, a finales del mes de julio, comenzó el envío de guardias a los frentes gubernamentales. Así se encuadraron, no sin ciertas tensiones, 50 guardias de los concentrados en Úbeda, otro 50 de Linares y 90 más de Andújar con sus respectivos capitanes. En esta ciudad, se puso como condición trasladar a sus familiares, junto a cuarenta guardias al mando del teniente Ruano, al palacio de Lugar Nuevo. Dicho palacio se encontraba a escasos kilómetros del santuario y era propiedad de los marqueses de Cayo del Rey. Tenía escaso valor desde el punto de vista militar por encontrarse junto al río Jándula y estar dominado por alturas próximas. Sin embargo las tropas republicanas nunca llegaron a tomarlo a pesar de los numerosos ataques que sufrió. Al contrario, las dos operaciones de mayor calado a las que se vio sometido, en noviembre y en enero, «no dieron resultado y nos costaron bastantes bajas».

Una vez disuelta las concentraciones en estas ciudades, le tocaba el turno a la capital. A mediados de agosto se enviaron 50 guardias de Jaén al sector de Campillo de Arenas, y días después 150 más, al mando del teniente coronel Iglesias y junto a 500 milicianos, para reforzar el frente de Alcalá la Real. El paso de los primeros a la zona nacional, hizo que el teniente coronel fuera sustituido por el comandante Navarro con el fin de evitar la evasión de los guardias. Pero el plan para pasarse a zona nacional ya había sido ultimado por el capitán Amezcua, llevándolo días después junto a dos oficiales y 132 guardias.

La evasión de estas unidades al campo enemigo aumentó la desconfianza y hostilidad de las autoridades republicanas sobre la tropa que aún quedaba concentrada en Jaén y que, junto al millar de presos políticos que abarrotaban tanto la cárcel provincial como la catedral, serían fuerza más que suficiente para hacerse con el control de la ciudad. Para evitar este posible problema, se enviaron buena parte de los presos a «cárceles más seguras», en lo que más tarde se llamó «el tren de la muerte», ya que fueron fusilados en la estación del Tío Raimundo en Madrid. Para las familias de los guardias se propusieron diferentes lugares de la zona republicana, no siendo admitidos por los interesados que pidieron, en cambio, su traslado al santuario de la Virgen de la Cabeza, cercano a Lugar Nuevo y con capacidad de albergar a toda la población civil gracias a la veintena de casas de cofradías y otras edificaciones que existían en su entorno. De este modo, en la mañana del 18 de agosto salían de la estación de Jaén rumbo a la de Andújar los trenes que transportaban los efectivos.

IR A PARTE III

EN LA PROXIMA PARTE: LA SUBLEVACIÓN DEL CAMPAMENTO 

FUENTE: ANTONIO EXTREMERA OLIVAN -BOLETIN DE ESTUDIOS GIENNEENSES Julio-Diciembre de 2010 Nº 202 paginas dela 29 a la 32 


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu comentario!