POR ENRIQUE GÓMEZ MARTÍNEZ
INTRODUCCIÓN
La devoción a Ntra. Sra. de la Cabeza de Sierra Morena tiene su origen en 1227 (góMez Martínez (a), 2002:19), cuando un pastor de Colomera (Granada), según la tradición, encuentra una imagen de la Virgen. A partir de entonces y con el paso de los siglos se edificará una ermita, más tarde Santuario, en aquel paraje serrano, llamado Cerro de la Cabeza (góMez Martínez, 2007: 6-7) y se constituirán las cofradías, celebrándose una romería anual.
A finales del siglo xvi existían 63 cofradías repartidas por Andalucía y La Mancha, fundamentalmente. El número de aquellas se incrementó levemente en la siguiente centuria (góMez Martínez, 2002: 163), para en
el momento de la supresión, año 1773, contabilizarse 71 hermandades (Real Chancillería de Granada).
Los motivos para que en el dieciocho se proceda a la supresión de las cofradías y hermandades, lo debemos buscar en un cambio de mentalidad, por parte del Estado y la iglesia, principalmente, con respecto a la religiosidad popular.
«En primer lugar, podemos afirmar que las cofradías eran una importante cédula social. Sin temor a exagerar pueden ser consideradas como cauce asociativo más generalizado durante toda la Edad Moderna. En efecto, no hubo ninguna otra asociación que rebasara en número e implantación
social a las cofradías.
Nacidas en la Edad Media, a partir del siglo xvi se multiplicaron por todas partes, no sólo por medio de nuevas fundaciones, sino también a través del reforzamiento de antiguas hermandades de origen medieval. Pero fue la época barroca la etapa en la que se produjo en nuestro país una auténtica eclosión cofradiera, de modo que en la primera mitad del siglo xviii las cofradías llegaron al máximo de implantación, hasta el punto de motivar una importante actuación gubernamental por parte del Estado con vistas a su reducción, en la década de los 70 del siglo, cuando ya eran más de 25.000 las cofradías que existían en todo el país. Las cofradías estaban solidamente implantadas en todas las regiones españolas, tanto en el mundo urbano,
como en el mundo rural. Entonces rara era la persona adulta que no pertenecía al menos a una cofradía (...).
La realidad cofrade estaba totalmente incardinada en el conjunto de la sociedad. Nobles, clérigos y, por supuesto el pueblo se agrupaban en el seno de las cofradías de mayor raigambre, e incluso existían hermandades más exclusivas, nobiliarias, clericales y grupales de muy diversa índole, aunque
no cabe duda de que las cofradías tenían una indiscutible base popular» (arias de saavedra y LóPez-guadaLuPe, 2002:63-65).
Las características antes vistas, se encontraban en las cofradías de la Virgen de la Cabeza. Como ejemplo la de Andújar, cuyos estatutos (FríasMarín, 1997:35-47 y góMez Martínez, 2005: 9-38) tienen un marcado
carácter asistencial para sus miembros, tanto en vida como en caso de fallecimiento. Incluso se protegían de quienes llegaban como cofrades en los últimos momentos de su vida, especialmente con mala salud, buscando únicamente en ella la parte social.
En cuanto a la popularidad de la devoción a Ntra. Sra. de la Cabeza es innegable; de ahí la cantidad de cofradías, como antes indicamos, desde el siglo xvi, conocidas, hasta el momento de la supresión. Además, un tercio de hermandades en el siglo xviii eran marianas (arias de saavedra y LóPez-guadaLuPe, 2002: 68).
Ante el número tan elevado de éstas, el gobierno de Carlos III decidió su reducción. «(...) en una acción protagonizada por el Consejo de Castilla, presidido por el conde de Aranda. En febrero de 1769 el fiscal Campomanes inició las actuaciones y en otoño de este mismo año se ordenaba a los intendentes de la Corona de Castilla y a los corregidores de Aragón que realizaran un censo de hermandades en sus distritos, donde se comprobaría entre otras cuestiones, cuántas cofradías tenían aprobación real» (arias de saavedra y LóPez-guadaLuPe, 2002:77). Esto dio lugar al censo de cofradías de España, antes señalado.
Pasarán diez años, hasta que Campomanes presente sus conclusiones definitivas, que se plasmaron básicamente en la real resolución de 17 de marzo de 1784. Se reiteraba la supresión de las cofradías gremiales, añadiendo además todas aquellas que no contaran con aprobación, pasando sus bienes a las juntas de caridad (arias de saavedra y LóPez-guadaLuPe, 2002: 77-78).
Como vemos las cofradías que nos ocupan se suspendieron en sus funciones y se suprimió la romería de Sierra Morena, antes de 1784. Por paradojas de la vida, para esta fecha todas aquellas que lo solicitaron lograron la aprobación real, siendo restauradas. Sin embargo, el mal estaba hecho. Nada a partir de entonces volvería a ser igual, costándole a muchas su desaparición y a todas una disminución significativa en el número de cofrades.
Antes de pasar de lleno al motivo principal de este estudio, considero oportuno apuntar algo más sobre la actitud de los ilustrados hacia la religiosidad popular, para así entender mejor el porqué de la supresión
de esta romería y cofradías bajo la devoción de la Virgen, María de la Cabeza.
«La posición de los ilustrados ante la religión no fue homogénea. Pero, por lo general, se mostraba netamente innovadora en relación con el modus credenti impuesto desde el Concilio de Trento. Creer en Dios pasaba a contemplarse como algo más sincero, simple y personal. Algo cada vez más lejano a mantener fastuosas cortes extranjeras, a celebrar cultos ostentosos, a mendigar ni tan siquiera como virtud evangélica o a practicar una caridad con frecuencia poco racional. Sin duda estas ideas subyacían a los tímidos y coyunturales replanteamientos de las relaciones con Roma, del futuro de las cofradías y de los regulares o de la política asistencial. Ideas subyacentes, aunque no móviles primordiales para las reformas, que lo fueron antes de índole política (también policial), económica y social.
Entre las ideas religiosas de los ilustrados, aquellas visiones apoyadas en lo fastuoso, lo barroco y lo exteriorizante quedaron relegadas a un nivel superficial, cuando no supersticioso. Muchos son el testimonio en los que pensadores y escritores de nuestro siglo xviii, desde Mayans hasta Blanco White, exponen sus opiniones, con frecuencia harto negativas, sobre la religiosidad popular. El fanatismo que la rodeaba llegó a considerarse incluso pernicioso como la misma increencia» (arias de saavedra y LóPez-guadaLuPe, 2002: 247-248).
Como hemos visto, estamos ante un cambio total de los ilustrados a la hora de concebir las prácticas religiosas, muy lejos de las que el barroco hacia. Por tanto, con unas cofradías aún en rituales del Antiguo Régimen, es normal que las nuevas ideas trataran de imponerse y el Estado actuara como motor del cambio.
¿Y qué decía la iglesia sobre esta religiosidad del pueblo? El Real Consejo de Castilla pidió informes a los arzobispos sobre las cofradías, que vinieron a engrosar el Expediente General de Cofradías, junto a los emitidos por corregidores e intendentes.
La respuesta de la referida autoridad eclesiástica fue contradictoria; aunque: «parece clara la voluntad de reforma, tanto por las autoridades gubernamentales como por la jerarquía eclesiástica. Hay ciertamente puntos de confluencia, como el exceso de gastos, la proliferación ilegal de demandas, las frecuentes profanidades e incluso perjuicios para las parroquias, en un contexto en el que el gobierno pretendía utilizar como agentes de las reformas, sobre todo en las áreas rurales, a los ministros parroquiales.
Pero sobre estos puntos de acuerdo, los intereses de la iglesia y del Estado parecen distintos. La iglesia acentuaba la actuación pastoral. En general, le bastaba con una reforma que redujera a las cofradías a sus estrictos fines religiosos y espirituales, siempre bajo el control de los prelados. Las cofradías podían ser buenas colaboradoras de las tareas parroquiales y a la vez reforzaban la economía del bajo clero con el encargo de misas y otros actos de culto.
Al Estado le interesaba más bien afirmar la jurisdicción real sobre un nutridísimo conjunto de súbditos, organizados corporativamente en unas instituciones de cuya naturaleza eclesiástica comenzaba a dudar. Le interesaba la reducción de sus gastos, buscando vasallos laboriosos y ahorradores, cumplidores con desahogo de sus obligaciones fiscales con el Estado. Le interesaba también desviar unos gastos absurdos hacia parcelas sociales de mayor «utilidad» (...)» (arias de saavedra y LóPez-guadaLuPe, 2002: 263-264).
Fuente: Enrique Gómez Martínez
Bibliografía: Boletin de estudios Giennenses Enero/Junio 2008 nº197 pags 94-97
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