viernes, 24 de mayo de 2013

EL ASEDIO AL SANTUARIO DE LA VIRGEN DE LA CABEZA Y LA DESAPARICIÓN DE SU IMAGEN. PARTE CUARTA

EL DESARROLLO DEL ASEDIO 

Sería aventurado y siempre impreciso dar una cifra exacta de los combatientes republicanos que en este momento asediaban el cerro. Pero para hacernos una idea de la situación en el momento de declararse en rebeldía la Guardia Civil de la provincia, podemos afirmar que las fuerzas sitiadoras, bajo las órdenes del capitán de la Compañía de Asalto de Jaén, Agustín Cantón, contaban en este momento inicial con un máximo de 1.500 personas aproximadamente. Éstos eran en su mayoría milicianos, por lo que su efectividad en el campo de batalla era mucho menor que la de los tres centenares de combatientes sitiados.


El número de milicianos destinados en el cerro y Lugar Nuevo fue fluctuando a lo largo del tiempo dependiendo de las necesidades de los frentes republicanos. En la bibliografía del asedio se han hecho estimaciones referidas a las últimas semanas de enfrentamientos sin llegar a un consenso respecto a los cálculos de efectivos por parte de los autores. Éstas varían según las fuentes que se utilicen y oscilan entre los 6.000 hombres propuestos por Antonio Cordón, y los 12.000 que plantean algunos escritores de la posguerra. Buscando un equilibrio entre las mismas, la mayoría de los autores proponen entre 8.000 y 10.000 soldados, cifras más que desproporcionadas para la población asediada.

Aunque por número no son significativos, son importantes los casos de combatientes que cambiaron de bando a lo largo del asedio. Ya hemos hecho mención a los 35 que, según el delegado gubernativo, se evadieron del santuario antes del día 15 de septiembre y que nosotros las reducimos a cuatro guardias civiles. Este flujo fue creciendo conforme avanza el asedio y las condiciones del campamento se fueron deteriorando, aumentando considerablemente en los últimos días.

A partir de marzo las evasiones del campamento serán frecuentes. Entre ellas hay que destacar la producida en Lugar Nuevo el día 30 de marzo. Tras intensificar la propaganda republicana y aumentar los desencuentros entre los defensores, fueron capturados cuatro guardias civiles y un paisano que trataban de alcanzar la zona nacional. En sus declaraciones pusieron de relieve el desánimo que existía en el palacio y los enfrentamientos entre los residentes. Estas deserciones minaron el ánimo de los refugiados en Lugar Nuevo y desembocaron en el repliegue hecho hacia el santuario en la noche del 12 al 13 abril.


Una de las evasiones más comentadas fue la realizada en la madrugada del día 27 de abril. En el telegrama remitido por el teniente coronel Cordón ese mismo día al coronel jefe del Ejército del Sur afirma: «A las dos treinta madrugada hoy se presentaron en nuestras avanzadas de la Virgen de la Cabeza dos guardias de asalto de los que los rebeldes tenían prisioneros desde septiembre y un guardia civil con un niño hijo suyo evadidos». Este mismo caso lo refiere Julio de Urrutia entre las páginas 439 y 440 de su libro citado, quien se niega a dar el nombre del guardia, y Cordón quien lo describe al decir: «recuerdo especialmente el caso de un guardia que llegó a nuestras filas con un hijo de ocho o diez años de edad. A diferencia de lo que solía suceder con otros evadidos que al interrogarles sobre sus jefes mostraban tendencia a criticarlos, este guardia respondió muy serenamente haciendo un elogio de Cortés […] Ese elogio que hizo el guardia me demostró que era un hombre sincero y me lo hizo simpático». El plan previsto era la evasión de toda la familia que quedaba con vida en el reducto estando en connivencia con un compañero de armas que no daría la voz de alerta hasta que hubieran llegado al campo enemigo. La fortuna hizo que su suegra, que formaba parte de la expedición, se dislocara un tobillo una vez franqueada la línea de defensa, por lo que el matrimonio acordó que siguiera con el plan trazado el padre con el hijo mientras que las mujeres regresarían al campamento ya que «el capitán Cortés no tomará represalias con dos mujeres». El guardia en cuestión era Juan Marín Bustos que prestaba servicios en la IV Sección y que no había logrado superar la muerte de su hija Rosario, de cinco años de edad, acaecida el 20 de abril. Al día siguiente de la evasión, el día 28, la explosión de un mortero acabó con otra de sus hijas, María.

También entre las filas republicanas se produjeron deserciones con la intención de unirse a la suerte de los sitiados. Así, el 13 de octubre se incorporaron al santuario dos sargentos y tres guardias civiles, y el día 23 dos guardias de Asalto, comunicando al capitán que había otros veinte compañeros en las líneas enemigas dispuestos a evadirse.

Pero conforme pasaba el tiempo la situación de la población del santuario se agravaba por momentos, por lo que Cortés no estaba dispuesto a asumir más personas en el campamento y a partir de noviembre fueron rechazadas las propuestas de evasión del campo republicano. De este modo, el día 2 un cabo y un guardia de Asalto fueron a entrevistarse con Cortés y comunicarle que estaban esperando el momento oportuno para pasarse una parte de sus fuerzas al santuario. Cuando volvieron a entrevistarse un mes más tarde en representación de 50 compañeros, Cortés les disuadió de hacerlo, proponiendo que dirigieran sus esfuerzos en la toma de Jaén. Ese mismo día, Cortés acogió a un vecino de Fuencaliente (Ciudad Real) que huía de la persecución que padecía. El día 14, llegaron otros cuatro paisanos de dicha localidad que venían en representación de más de 300 personas de su comarca pidiendo asilo. Cortés no pudo concederles permiso para ingresar en el campamento por la precaria situación en la que vivían y que aún la agravarían más.

Y es que desde el mes de septiembre, la situación de la población asediada fue empeorando ostensiblemente. El primer objetivo de las fuerzas republicanas fue romper toda comunicación con la zona nacional. Ésta se realizaba mediante un receptor particular debido a que la radio de la Comandancia fue entregada a finales de agosto a las fuerzas republicanas. El receptor se abastecía de electricidad mediante el generador que estaba situado en el lado noreste del templo y que fue uno de los primeros objetivos de las fuerzas leales.

Incomunicados, la única esperanza que albergaban los sitiados era la llegada de los 400 guardias civiles de la Comandancia de Jaén que habían logrado pasarse a la zona nacional y, que mucho de los cuales, tenían sus familias en el cerro. Pero los planes inmediatos del Ejército sublevado era la conquista de Madrid, lo que hubiera supuesto el final de la contienda. Esto hizo que se desplazara al centro de la península la mayor parte de las fuerzas y que los guardias de Jaén fueran dispersados en diversos frentes. El general Queipo de Llano quedó desprovisto de fuerza suficiente para acometer una rápida conquista del valle del Guadalquivir. Sus mermados efectivos sólo podían avanzar lentamente. A pesar de ello, logró importantes objetivos, como la conquista de Lopera y Porcuna dentro de la denominada «campaña de la aceituna». La población de Porcuna, visible desde el santuario, hizo posible la comunicación mediante heliógrafo. Para las comunicaciones secretas, el capitán Cortés utilizaba como método el envío de palomas mensajeras que llevaban sus encriptadas comunicaciones hasta Córdoba desde finales del mes de septiembre.

Otro de los principales problemas de los asediados durante los meses que duró el mismo, fue el aprovisionamiento de víveres. Estos debían de hacerse por vía aérea desde Córdoba y Sevilla, por lo que tenían que internarse en campo enemigo durante buena parte de su recorrido. Asimismo, el elevado número de personas a las que alimentar y lo agreste del terreno, dificultaba sobremanera estas expediciones. En este sentido se ha de destacar la labor realizada por el capitán Carlos Haya. De los 157 servicios de aprovisionamiento realizados al santuario, el capitán Haya realizó con su Douglas DC-2, setenta de estos auxilios. Gran renovador de la técnica aérea, supo idear sistemas para rentabilizar al máximo la eficacia de sus envíos mediante la utilización de dobles sacos, tubos metálicos e incluso la utilización de pavos para lo más delicado. Su heroísmo en el abastecimiento de los sitiados le valió la concesión de la Laureada de San Fernando, máxima distinción del Ejército español, en septiembre del 42.

A pesar de la voluntad de auxiliar a la población asediada con alimentos y medicinas, el sistema era insuficiente. Según los cálculos que realizó el capitán Cortés, se necesitaría diariamente 750 kgr. de pan y 300 más de legumbres o patatas. Ante la imposibilidad de alimentar a toda la población vía aérea, individualmente completaban la escasa ración con animales y frutos silvestres. A medida que pasaron los días, estos alimentos fueron desapareciendo de las inmediaciones del cerro. La situación se complicó aún más con la llegada del invierno, por lo que muchos comenzaron a experimentar con hierbas desconocidas, lo que motivó el envenenamiento del guardia Miguel Chamorro y dos de sus hijas en febrero
del 37.


Igualmente hay que advertir que, conforme el invierno avanzaba, las enfermedades aumentaron considerablemente debido principalmente a las precarias condiciones en las que vivían y la falta de ropa de abrigo. La población del santuario se había trasladado desde la capital en pleno mes de agosto con la confianza de que su estancia en el cerro sería breve, por lo que en el básico equipaje que pudieron transportar no había mucho sitio para ropa de abrigo. A esto hay que sumar la destrucción, total o parcial, de aquellas construcciones que los albergaron en el primer momento, debiéndose hacinar en las escasas edificaciones que mantenían su cubrición. Hay que hacer notar que el invierno del 36-37 fue bastante lluvioso, por lo que la falta de vivienda se convirtió en otro de los graves problemas de los sitiados.

Y es que la aviación y la artillería fueron los protagonistas de los hostigamientos durante estos meses. Ya vimos cómo el bombardeo de la posición comenzó desde el inicio del sitio. Si éstos tuvieron al principio la misión de lanzar comunicados a la población y bombas de escasa potencia para disuadirlos y que depusieran su actitud enfrentándose a sus jefes, pronto los vuelos se convirtieron en demostraciones de fuerza sobre
la población del santuario.


Ya he hecho mención a los bombardeos que mandó realizar Lino Tejada entre los días 16 y 24 de septiembre con el lanzamiento de más de 400 bombas, utilizando para ello aviones procedentes de los aeródromos de Baeza, y sobre todo, de Andújar. Estos bombardeos, ocasionaron el primer muerto en combate, el brigada de Carabineros Juan Molina Gómez. Su cadáver fue enterrado con la solemnidad que los medios permitían bajo una bandera española bicolor en el improvisado cementerio24, siendo el primero en ser inhumado en este lugar que acogería durante el asedio a todos los difuntos.

CONTINUARÁ....

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FUENTE: ANTONIO EXTREMERA OLIVAN -BOLETIN DE ESTUDIOS GIENNEENSES Julio-Diciembre de 2010 Nº 202 paginas de la 36 a la 41.





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